Denominaciones y Magnitudes
Las principales estrellas de una misma constelación se denominan en orden decreciente de brillo siguiendo las 24 letras minúsculas del alfabeto griego, de Alpha a Omega. Esta clasificación fue creada por el astrónomo alemán Johann Bayer en 1603.
La clasificación de Bayer aunque fácil de recordar, no siempre atendió el orden decreciente de brillo o magnitud de las estrellas. |
Por ejemplo, la más brillante entre las estrellas de Orión es Rigel, Beta Orionis, (β Orionis), seguida por Betelgeuse, Alpha Orionis, (α Orionis). Por lo general, aunque no sucede en todas las constelaciones, el orden alfabético griego para denominar sus principales estrellas, no siempre sigue la escala decreciente de brillo, de alfa a omega, como se nombran, por ejemplo, las estrellas de la Osa Mayor.
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La Osa Mayor, como la vemos en Nicaragua, donde las estrellas más brillantes en orden de magnitud son: Alioth (1.75); Duhbe 1.78); Alkaid (1.84); Mizar (2.21); Merak (2.31); Phecda (2.40) y Megrez (3.31), con las denominaciones de Bayer alteradas.
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La Osa Mayor levantándose sobre el Cerro del Hoyo. (Osiris Castillo).
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Unos 300 nombres propios de estrellas se conservan a la fecha, la mayoría de origen árabe y latino como herencia de las culturas antiguas, aunque las estrellas visibles a simple vista suman unas 6000 en general. Cierto número de estas fueron clasificadas de otra manera por el astrónomo inglés John Flamsteed en 1725, siguiendo una numeración consecutiva de acuerdo con su posición en longitud celeste, (de oeste a este), en su respectiva constelación. Así, la estrella Aldebarán del Toro, denominada alpha Tauri, (α Tauri) por Bayer, equivale a la 87 Tauri de Flamsteed.
Según el brillo, las estrellas se clasifican por magnitudes. Las visibles a simple vista abarcan de la primera a la sexta. Una estrella de primera magnitud es 2.5 veces más brillante que una de segunda; 6 veces más que de tercera; 16 más que de cuarta; 40 más que de quinta y 100 veces más que de sexta, que marca el límite de nuestra capacidad visual a ojo desnudo. Teóricamente se consideran como estrellas de primera magnitud aquellas comprendidas entre el rango + 0.5 a + 1.5; de segunda magnitud (+1.50 a +2.50) y así sucesivamente. |
En el caso de las más brillantes del cielo se consideran como de primera magnitud las 21 primeras, aunque esta categoría abarca un amplio rango de brillantez, incluyendo valores negativos, desde Sirius (-1.47) hasta Regulus (+1.35), esta unas catorce veces menos brillante que la primera, tal como se presentan en orden de brillo decreciente, con sus nombres en latín. (Ver Lista de Estrellas de Primera Magnitud).
Dicho sea al respecto que las distancias estelares se miden en años-luz, o sea la distancia que la luz recorre en un ano año a razón de 300,000 km/segundo, equivalente a unos 9 billones de kilómetros (9x1012 km). La magnitud o brillo de una estrella es aparente, según la observamos desde el sistema solar; depende más bien de su propia luminosidad intrínseca combinada con su distancia. Las más brillantes aparentemente, por lo común, suelen ser las más cercanas, como: Alfa Centauri (4.4 años-luz), Sirius (8.6 años-luz), Procyon (11 años-luz), etc.; aunque a veces sucede lo contrario, por ejemplo: Canopus, la segunda estrella más brillante del cielo, se encuentra a 310 años-luz. |
Lista de Estrellas de Primera Magnitud
Las distancias a las estrellas son casi inmensurables si las comparamos con la distancia de la Tierra al Sol. Nuestra estrella, el sol, se encuentra a 8 minutos-luz de La Tierra; equivalentes a unos 150 millones de km de la Tierra. A su vez la distancia del sol a la estrella más cercana (Rigil Kentaurus, Alfa de Centauro) es de 4.4 años-luz equivalente a unos 40 billones de kms, (unos 40 seguido por 12 ceros).
Las estrellas más luminosas, entre las observables a simple vista, pueden ser más de 50,000 veces más brillantes que el Sol; (las supergigantes Antares, Betelgeuse, etc). Las llamadas enanas rojas, (las estrellas más viejas y abundantes del universo), son entre 10 y 10,000 veces menos luminosas que el sol. En el corto espacio entre Alfa Centauri y Sirius, las dos brillantes y más próximas al sol, se encuentran cuatro estrellas enanas, (Barnard, Wolf 359, Lalande 21185 y Gliese 411), únicamente visibles a través del telescopio. El número de estrellas vistas a simple vista en toda la esfera celeste suman unas seis mil, de las cuales se pueden observar una mitad sobre el horizonte en un momento dado. |
El número se incrementa progresivamente con aquellas que no podemos visualizar a simple vista, porque son poco luminosas en sí, o se encuentran a mayores distancias fuera de nuestra capacidad visual.
La cifra se incrementa a pasos agigantados con el auxilio de instrumentos ópticos, desde los más modestos binoculares hasta los más grandes telescopios; es mayor si estos últimos instrumentos realizan fotografías de larga exposición. A propósito de estos incrementos, nuestra Galaxia es una vasta extensión compuesta de 200 mil millones de estrellas aproximadamente, una de las cuales es nuestro sol, por cierto de un tamaño y brillo en realidad relativamente modestos. Tener en cuenta que la magnitud con que vemos a las estrellas no sólo depende de nuestra agudeza visual, sino también de las condiciones del sitio de observación. Así, su brillantez y número quedan disminuidos por la iluminación urbana, o la presencia de la luna en el cielo, cuyo brillo en los días anteriores y posteriores a su fase llena sólo permite observar las más brillantes. |
Las Estrellas y sus Nombres
Además de su designación alfabética o numérica, varias estrellas todavía conservan sus nombres originales. Localizarlas y nombrarlas fue tarea de las culturas antiguas. Algunos de los nombres provienen de los antiguos griegos, entre ellos los astrónomos Hiparco y Tolomeo; también son mencionadas por los matemáticos, filósofos y hasta de poetas helénicos.
Sin embargo, fueron los árabes de la Edad Media los mayores contribuyentes a la nomenclatura estelar, por vivir o viajar en lugares desérticos donde el firmamento ausente de humedad se presenta muy diáfano y abierto en toda la amplitud del horizonte. Una buena parte de estos nombres están relacionados con los dibujos de sus respectivas constelaciones según figuran en antiguos mapas estelares: La cola del León; la boca del Pez; el ombligo del Caballo; el cinturón de Orión; el hombro del Cochero, la cabeza del Dragón, etc. Otros nombres se refieren a actividades agrícolas, condiciones de navegación, o el estado del tiempo, relacionados con la presencia o posición de los astros en determinadas épocas del año, como Sirius, la estrella ardiente; Miaplacidus, en aguas tranquilas; Spica, la espiga de la Virgen; Arcturus, el guardián de la Osa, etc. Otras estrellas cargan con nombres de la mitología greco-latina: Canopus, el piloto de la nave Argos; Antares, el rival de Marte; Hidra, la serpiente marina; los gemelos Póllux y Castor, etc. Con el correr del tiempo varios de esos nombres han sido corruptos, o fueron simplificados, como al-nasr al-wāqi, que se traduce por “el águila que desciende”, nombre con que conocemos hoy a la brillante estrella Vega de Lira. |
Algunos nombres aparecen repetidos, como Deneb, que significa “cola”. Ejemplos: Deneb Adige, (la cola del Cisne); Deneb Kaitos (de la Ballena); Deneb Algedi, (de Capricornio), Deneb Okab (del Aguila) y Denébola (la cola del León), etc.
Sirio, (Sirius), “la ardiente”, la más brillante del cielo, así fue llamada por los antiguos griegos porque sus primeras apariciones matutina acontecían en la época del más intenso calor en el Mediterráneo, época que hoy se sigue llamando Canícula, por ser Sirio la principal estrella del Can Mayor. Esta primera aparición matutina, curiosamente se produce actualmente alrededor del 27 de Julio en nuestra latitud, aunque para nosotros la Canícula no trae más calor, sino una parcial suspensión de las lluvias a mitad del invierno La primera visión de esta estrella entre las luces del amanecer, (conocida como la elevación helíaca de Sirio), también era esperada por los egipcios, que la llamaron Sothis, pues coincidía con la llegada de las aguas e inundación del valle del Nilo, inicio del año en su calendario, fenómeno muy esperado porque el famoso río depositaba suelos fértiles en sus vegas, donde los agricultores iniciaban la siembra de sus cosechas. Asociar la posición de las estrellas con el calendario ha sido una costumbre originada por diversas culturas de la antigüedad. Los aztecas, por ejemplo, iniciaban el año con el tránsito de las Pléyades por el cenit de México. Cada 52 años, equivalentes a un siglo en el calendario azteca, apagaban todos los fuegos a lo largo del imperio. Una vez verificado el tránsito de este grupito de estrellas, (que llamaban Tianquixtli o “el Mercado”), volvían a encenderlos como señal de la renovación del tiempo. Actualmente el tránsito meridiano de las Pléyades a medianoche acontece el 15 de Noviembre en nuestra longitud. En nuestra latitud las Pléyades marcan el traspaso de las estaciones. Aparecen en el cielo entre Noviembre y Mayo en las noches del verano, sucediendo a la inversa en la época de invierno. |
Salvo en las estrellas más brillantes, muchos de sus nombres originales han caído en desuso, siendo una curiosidad más de los aficionados que de los astrónomos modernos.
Elevación Helíaca de Sirio, desde Nicaragua, alrededor de las 5 am, a finales de Julio.
(Simulación con Stellarium) |